Mi segundo parto empezó con una sospecha de fisura de bolsa 15 días antes de la fecha probable de parto. Me levanté un martes y, no voy a decir que parecía una fuente, pero me preocupó la cantidad de líquido que sentía, así que hicimos una visita rápida a urgencias de mi hospital de referencia, en el que había nacido mi primera hija.
Después de unas horas en observación quedó todo en un susto y nos volvimos a casa. Por suerte ya teníamos refuerzos en camino y estaba todo organizado por lo que pudiera ser.
No os voy a engañar, a pesar de acompañar embarazos y partos, me sentí vulnerable. Quedaban más de dos semanas para mi fecha probable de parto y tuve miedo.
Después de unos días de tranquilidad y observación todo volvió a la normalidad, toda la normalidad que tiene un segundo embarazo con una hija de 3 años en casa. Celebramos mi cumpleaños y disfrutamos de los últimos días como familia de 3.
Un viernes, mientras cenamos, empecé a tener unas contracciones suaves e irregulares, ya había pasado la semana 40 así que respiraba con tranquilidad y empezaba a visualizar la llegada de mi última hija. Mi último embarazo, mi último parto... Tenía ganas de estar de vuelta en casa con todos al completo. Pero no fue ese día el elegido. Las contracciones desaparecieron y el fin de semana pasó entre la calma y la expectación.
El domingo por la noche, también durante la cena, las contracciones se animaron. Empecé a poner en práctica todo lo que aprendí y todo lo que explico en los cursos de hipnoparto, la respiración fue fundamental. Poco a poco cada ola uterina era más intensa, pero antes de irnos al hospital pude dormir por última vez a mi niña, tumbadas juntas en su cama, mientras le cantaba la canción que creé para ella.
Una vez dormida, cogimos la maletas y nos fuimos al hospital. Con cada ola vocalizaba en voz alta y mecía mis caderas buscando mi punto de gravedad, como intentando anclarme a la tierra. No hubo ni monitores, las contracciones eran tan seguidas que me propusieron realizar un tacto y estaba en completa.
En la sala de partos del Hospital Taulí, esa noche me atendieron dos ángeles. Respetuosas, actualizadas y súper preparadas. Montaron una estructura a los pies de la cama, de la que anudaron una sábana en forma de liana y me acercaron el óxido nitroso como analgesia, ya que a la epidural no llegaba.
En ese momento me dije a mi misma: "Venga va, esto está hecho, tu puedes, tu cuerpo esta preparado para traer a este mundo a esa bebé que tanto soñaste"
Las contracciones era ya potentes pero entre ellas me recuperaba lo suficientemente bien como para recobrar el aliento y la calma, como para ir al baño a hacer un pis y hacerme un selfie en el espejo...
Lo que pasó después de ese selfie es lo más mamífero y salvaje que he vivido nunca, pero os lo contaré en el siguiente post.